Hay días oscuros
malditos y desmedidos
avanzando hacia la eternidad
con el objetivo intencionado
de rompernos el destino.
Días sin causa,
días de rabia,
días sin noche,
que se alargan intempestivos
y se introducen entre tus venas
y entre el pestañeo de tu labio
a punto de bostezar.
Me pregunto yo
qué tendrán esos días
cuando no logran ver tu rostro
y se desmallan de debilidad
ante la falta de tu voz.
Hipócritas son también,
faltos de contenido,
raudos e imprevisibles,
entre la nostalgia de tu cuerpo
y el sabor a miel muy agria.
Los detesto en mi calendario
pero no hay forma sobrehumana
de borrarlos.
Días de arder,
días de perder,
días de entender,
que tu espacio sin ti es inmensidad
que el silencio se vuelve esquizofrenia
si noto que faltan tus palabras susurradas,
que la cama se me queda grande
y las manos me hierven de no abrazarte.
Hay días peores, y días normales.
Pero los felices ya son pocos
llegan a cuentagotas
y me dejan un recuerdo ácido en la retina
y unas ganas de más
que menosprecian mi existencia.
Se ríen los días de mí,
de mi perdición,
de mi no saber estar,
del aullido que se me escapa en la madrugada,
de la nota sostenida que ya no suena en mi guitarra.
Y se repiten, día sí y día también,
la demencia
la rabia
la ignorancia
el hambre de tu espalda
la sed de tu garganta.
No necesito, sin embargo,
más días de los ya vividos
para comprender la razón,
o la excusa,
o el mensaje sin sentido alguno.